martes, 30 de abril de 2013

Un viaje a Camboya: Bangkok, la ciudad compleja


Un paraíso para el "hippismo". Si eres de los que opinan que es mejor viajar ligero de equipaje, a Tailandia con lo puesto. Todo lo que necesites se vende en sus permanentes street markets por lo que costaría lavarlo.



La primera impresión que produce Bangkok es de una capital csmopolita, muy moderna, casi futurista. Eso hasta que aterrizas -nuncam emejor dicho- en su "down town". Pero su bullicio y personalidad cautiva desde el prmer instante.


Como en cualquier ciudad que se precie, primera regla del visitante: nunca fiarse del taxista. Si te dice que conoce perfectamente la dirección del hotel al que te diriges, puede ser perfectamente falso. Eso lo descubres cuando el chofer para en mitad de ninguna parte y te insta a que lo busques por tu cuenta. Eso si, mientras preguntas a un viandante con pinta de más o menos querer entenderte, te enteras que el hotel no está por ahí ni de lejos e intentas discutir con el taxista lo intolerable de la situación (él sigue afirmando y sonriendo porque tampoco es que se entere de nada), el tequímetro no para de sumar bahts.


Un viaje a Camboya: Un barrio auténtico



Entre dos avenidas de impronunciables nombres, la Phrasunane Rd. y la Khaosan Rd., el pulmón del down town, se despliega un barrio de estrechas calles de bares, restaurantes, puestos callejeros y tiendas de falsas artesanías y falsificaciones de marcas. Aquí Emporio Armani, Versace, Dolce Gabana y Calvin Klein se equiparan por abajo, como las monarquías europeas, compartiendo calzoncillos de escasa calidad. Pero todo es divertido e imprevisible. Olores, ruidos, luces e invitaciones te recuerdan a cada paso que no estás en Europa. Hasta tres taxistas nos ofrecen trasladarnos al auténtico "ping pong show" con final feliz, como en la película "Priscilla queen of the desert", eso suponemos. También hay un ring de "thai boxing" que parece mucho más interesante.

En cuanto te sientas en una mesa, los camareros te sitúan estratégicamente un ventilador. Imprescindible para superar la bochornosa mezcla de calor y humedad, pero en el caso de la terraza del Hotel Korbua House también evita, aunque no del todo, aspirar el desagradable aroma que sube del canal Khlong Phadung Krunkasem. Por cierto, los mosquitos del canal cenaron con nosotros.


Picadilly Circus?, Portobello Rd,?, el zoco de Tánger?...  pones todo eso en una cctelera sin hielo y, bien agitado, el resultado es Khaosan Rd. Además de camisetas de diseño propio impresas sobre la marcha y una nueva variedad de estampados que sólo se ven con luz negra, también puedes comprar un carnet de conducir, un pasaporte e incluso un visado para Europa, realizado al minuto foto incluida. Después de ver esto, ya no me sorprendió que los vendedores ambulantes ofrezcan, entre una amplia variedad de delicias asiáticas, espetos de escorpión frito. Reconozco que no me hubiese importado probarlos, pero no me fiaba de que fuesen frescos, un alacrán un poco pasado te puede arruinar un viaje.

Un viaje a Camboya: Nadie da duros por tres pesetas


Por dos horas en Tuk-Tuk visitando la ciudad vieja, a vertiginosa velocidad, sorteando vehículos y semáforos... bien merece perder el tiempo en cuatro ¨shops¨ sin interés, dada la impresionante oferta de mercadurias de todo tipo que hay en Bangkok. Pero cuidado con la tienda sastrería a la que te llevan si o si. Pura mafia. Un tipejo mal encarado nos lo dejó muy claro: O comprábamos cualquier cosa, la que fuese, o no le sellaban a nuestro simpático chofer su bono. No hubo mas remedio que comprar una estúpida corbata de ¨seda natural¨, gris como la tienda. ¿"Mbk-Center"?, eso pone la bolsa en la que nos entregaron la "prenda", pero lo peor es que estos aprendices de Al Capone utilizan bolsas de un prestigioso centro comercial de Bangkok. Como era de esperar, acudimos a la página web que indicaba la bolsa para ponerlos verdes y comprobamos que el fraude era casi perfecto.

De todas formas la experiencia ha merecido la pena y no dudaría en recomendarla si sólo tienes unas cuantas horas para verlo...casi todo.



Son los Tuk-Tuks que llevan dos banderas, la del país y la amarilla de la monarquía. El precio 20 Baht (0,50 Euro).  

Un viaje a Camboya: La cara como el cemento



Por mucho que te digan que el Palacio Real es "free", el palacio, lo que se dice el Palacio, no se visita, todo lo más que te dejan gratuitamente es dar una vuelta por la ciudadela fortificada y ver la armería real, que no es poco.



Al final no me enteré si el palacio real es el edificio neo barroco francés, sin interés ninguno, que queda a un lado, o el más vistoso según se accede, construido en un batiburrillo  estilístico entre el colonialismo francés y los resabios historicistas locales, mucho más interesante. De cualquier forma, ni uno ni otro entran en lo gratis total ni en la visita habitual de pago. Aunque, eso sí, sin soltar un "baht" se puede entrar en un par de templos muy bonitos.



Pero aquí a lo que se viene, y de verdad que vale los 500 baths que cuesta la entrada, es a visitar el templo aledaño al Palacio Real, el Templo del Buda de Esmeralda ( Wat Phra Kaew).


Por necesario respeto a los sagrados lugares a los que se va, se exigen pantalones largos, faldas adecuadas y camiseta con mangas, es decir, vestir medianamente bien. Eso, rozando los cuarenta grados, a los turistas no nos entra en la cabeza. Recordé que en la catedral de Toledo, al menos cuando la visité, era igual, o vestías con el decoro requerido o no entras, pero en las catedral de Sevilla y las andaluzas en general, que yo sepa...la pela es la pela. Volviendo a las puertas de la ciudadela de Bangkok, te plantas allí como si fueras a un chiringuito a tomar unas cañas con los amiguetes y claro, un uniformado te dice que no pasas. Tienes varias opciones:
A.- Que le den y no entras.
B.- Haces una cola impresionante para que te alquilen de forma oficial, previa fianza de 200 bahts, la indumentaria adecuada.
C,- Te vuelves al hotel, que te pilla al lado, aprovechas para ducharte y te cambias.
D.- Compras en la misma puerta unos pantalones "hipis" de insufrible estampado por el triple de lo que valen.
E.- Le alquilas a una señora muy lista unos pantalones de "hipi" por la módica cantidad de 30 bath,  previa fianza de 100 bath.

Nosotros, como teníamos tiempo, optamos por la opción C. Cuando salimos del recinto amurallado, más o menos a la hora de cierre, la señora de la opción E ya había desaparecido.


Cambiando de tema, en Tailandia parece que no se han leido la Carta del Restauro (y si se la han leido, se la pasan por el Arco de Rama I). El  templo luce tan lindo como el día que se construyó a mediados del siglo XVIII, y no es para menos,  aquí las labores de restauración consisten en una mano de pintura y a dorar de nuevo, como Buda manda. Y no seré yo quien tire la primera piedra contra estos colegas tailandeses que además parecen hacerlo tan bien que los repintes ni se notan. Lo malo es el uso del cemento, tanto en reintegración de cerámicas esmaltadas como en volúmenes de esculturas de piedra. Y es que la piedra de por aquí, lamentablemente, es una arenisca muy porosa que se parece mucho en color y textura al mortero de cemento tipo portland.


El caso es que intervenciones tan desgraciadas ya las había podido ver en varias esculturas repartidas por diferentes templos budistas de la ciudad.


Un viaje a Camboya: Vendiendo la moto





 Sostenía en mi imaginario que la mayor concentración de motocicletas circulando a toda pastilla en clara competición se daba en la Piazza Venezia de Roma. Ni comparación con cualquier esquina de Bangkok,. pero Phnom Penh la supera con creces. 

Me da la impresión que los que más negocio hacen por aquí son los vendedores de ventiladores y los concesionarios de motos. Todos tienen al menos uno de cada.

Pero ya puestos a “vender la moto”, como decimos en España, nadie la vende mejor que la familia real tailandesa. Foto deBhumibol Adulyadej «Rama IX», apodado El Grandioso, por aquí, de su señora la reina Mom por allá, de los dos juntitos o en entrañables fotos de familia... Imágenes decoradas como fallas de Valencia, fotografías gigantescas retocadas como anuncios de cosméticos y estratégicamente situadas y otras, superando lo que ya de por si es irracional, religiosamente veneradas. Como las monarquías medievales, el poder aquí con el del más allá.





Como muestra de lo que significan aquí las instituciones políticas, compárese la serena belleza del monumento a la monarquía con el triunfalismo ramplón del más recientemente dedicado a la democracia, adivine el lector cuál es cuál.



 La verdad es que, puestos a comparar representaciones, los retablos callejeros de los sátrapa de Camboya,  el recién coronado Norodom Sihamoni y la reina Monique, son más discretos que los del "Trono del Crisantemo", pero las fotos están igual de retocadas.

Un viaje a Camboya: De película


Tengo que reconocer que me preparé sicológicamente para este viaje con el firme propósito de afrontar cualquier dificultad con la templanza y el coraje de mi héroe Indiana (co)Jons. Matthias y yo habíamos leído juntos los “blogs” de otros aventureros que nos precedieron. Frases como “no soltar jamás la bolsa de mano”, “si coges el móvil con dos dedos estás pidiendo directamente que te lo roben”, “el taxista que te lleva del aeropuerto a Phnom Penh ni conoce la dirección del hotel que le indicas ni habla inglés”, “cuando vayas a comprar, regatea sin piedad, te están estafando seguro”, etc. Estábamos tan preocupados que nos preparamos una lista de frases hechas según entendíamos que se pronunciaban, cada uno según su traslación fonética.

La variopinta relación de dislates iban desde cómo indicar al taxista la dirección del hotel: - gire a la derecha (bot chuanyang), ahora a la izquierda (bot esdom)…y hasta cómo se suponía que teníamos que decirle al vendedor que nos está estafando (tla nas), expresión que, según el “bloguero”, tenía que acompañarse de una serie de teatrales gestos: “cerrar un puño y echar la cabeza para atrás mirando al cielo”, o sea, hacer de Escarlata O´hara en mitad de un comercio.

Nada más llegar, a dos pasos del hotel, nos plantamos en el asombroso Mercado Central. Tras admirar una magnífica cúpula de hormigón que nada tiene que envidiar a las de Eduardo Torrojas, me dirijo al mostrador más cercano, me intereso por un pedrusco de jade, disparo el primer –How much? preparado para emular a Vivien Leight y la respuesta, el precio que me da una más que simpática dependienta, me parece tan razonable que me quedo mudo. Si preguntas amablemente “This is the best price?” el vendedor, en este caso vendedora, te hará una oferta imposible de rechazar, regatear más sería ofensivo.  El precio justo para un jemer debe rondar la mitad de la primera oferta, pero nosotros no lo somos.

Mucho han tenido que cambiar las cosas en este país. Este "post" lo estoy escribiendo en un microbús climatizado y con wi-fi. Que me perdonen los agentes turísticos españoles si ya se ofrece en España pero como dijo el poeta: “a quién no sorprende y maravilla esta máquina insigne”. El conductor habla inglés mejor que yo y aunque lo sorprendente sería lo contrario, lo cierto es que aquí parece que todo el mundo hablase inglés, o sea, igualito que en España. Anoche, sin ir más lejos, un mocoso de tres o cuatro años me sonrió y me saludó con un sonoro “halo”.

No es que se trate de bajar la guardia, pero ahora que atravesamos parte del país –por la carretera que enlaza la capital con una de sus regiones más turísticas, eso es cierto- compruebo con asombro que a diferencia de otros países de los que denominamos segundo o tercer mundo y que he visitado, éste está bastante más limpio y ordenado y las viviendas, tiendas y demás chiringuitos que flanquean la carretera no consisten en un conjunto de postes, techos de chapas y cartones como chavolas hacinadas. Otro par de detalles; los vehículos que transitan son modelos más o menos recientes y todo el mundo parece que tuviese algo que hacer y eso dice mucho de una socieda. 




Por cierto, el paisaje no es muy distinto a otros que ya haya visto, no voy a describirlo, sólo decir que todo está cultivado y aparenta ser muy fértil, pero quizás lo mejor de estos campos está en una relación sin contrastes estridentes entre la naturaleza y la actividad humana.

Un viaje a Camboya: El mar lo devuelve todo... lo que flota




El turista que llega a Sihanoukville, con un clima tropical y una naturaleza desbordada, está impaciente por pisar la playa. Se imagina unas aguas transparentes, arenas blancas y árboles y palmeras compartiendo espacio con las tumbonas. Pues si, esa es la playa de Sihanoukville, pero no es un sitio agradable. Si la primera sensación es de haber encontrado el Paraíso,  inmediatamente se advierte que hay muchas cosas por medio que no encajan con el concepto; la orilla de la playa, en toda su extensión, es un auténtico estercolero. Los que somos de playa sabemos que si tiras basura al mar, el mar te la devuelve.

Éste lugar es perfecto para el turismo de chanclas y botellona, total, cenar un hermoso pescado recién sacado del mar, deliciosamente cocinado a la brasa y con su guarnición de patatas asadas cuesta 3 dólares. A partir de ahí es fácil imaginarse lo barato que puede ser vivir bien en Sihanoukville, rodeado de basura pero feliz. Total, a quién le molestan cientos de objetos de plásticos desparramados por el suelo.

Sí,  plásticos y sólo plásticos, bolsas, botellas y vasos de plástico junto con decenas de chanclas viudas y rotas. Ésta selección no la hace la naturaleza, la hacen los más pobres de Sihanoukville, porque aquí hay quien vive de reciclar latas y vidrios, pero los plásticos que dejan, tiran y arrojan sin ningún pudor nativos y forasteros carecen de valor y por lo tanto nadie los reclama y mucho menos el mar.










Para evitar que el turista se vea obligado a tumbarse sobre un mar de plásticos, los hosteleros más avispados del lugar se ocuparon de que la playa de Sokoha, a 15 minutos andando desde Sihanoukville, estuviese impoluta y para eso tienen una cuadrilla de limpieza que de sol a sol retiran la basura. Sólo la que llega a la playa que les incumbe y al resto que les den.
Claro que disfrutar de este Paraiso se paga, así que los precios de una cerveza que en Sihanoukville cuesta menos de un dólar, en Sokoha oscilan entre los 3 y los 6 dólares dependiendo de lo estirado del chiringuito. Si no te alojas en el superlujoso Hotel Sokoha y quieres tumbona, son diez euros por cabeza, pero incluye dos bebidas servidas a pie de playa, toallas, piscina, duchas. especulación e impecables servicios.



Sokoha es, lamentablemente, una playa privada, no podía ser de otra forma, pero la curva de la carretera que más se acerca es pública (la verdad es que como visitante no veía el límite tan claro como los de allí) y de hecho, a las cinco de la tarde, cuando los propios del lugar terminan su jornada laboral, la playa, hasta entonces prácticamente vacía, se llena de familias y surgen como setas los puestos de vituallas en esta carretera de acceso.